Norte Chico

Periodo extensivo a todo Chile y américa en general, caracterizado por la caza de grandes herbívoros como el caballo americano y el mastodonte. En la dieta carnívora se incluyen también las raíces, frutos, semillas y frutos del mar, obtenidos mediante la recolección. En esta zona, el sitio de Quebrada Santa Julia, en las inmediaciones de Los Vilos, demuestra la presencia humana en torno a los 13.000 años, que guarda evidencias de un pequeño asentamiento orientado a la explotación de fauna extinta.

Luego de la extinción de la megafauna, los grupos humanos se organizan en pequeñas bandas unidas por parentesco, con un régimen de vida nómade orientada a la explotación de los recursos terrestres. Al igual que el Paleoindio, los instrumentos líticos son la principal tecnología material. Al noreste de la ciudad de Ovalle, se ubica el sitio Alero de Pichasca, en el Monumento Natural homónimo. Se supone que para esta época, la movilidad hacia territorio trasandino habría traído a la zona cultígenos incipientes e indicios de alfarería, que serían clave en la formación de la cultura El Molle.

Las poblaciones en torno a la costa, al igual que los grupos especializados en la caza y recolección terrestre, se organizan en forma de pequeños grupos especializados en la recolección de productos marinos, tanto de pequeño tamaño como moluscos y crustáceos, como mamíferos y aves marinas de mayor tamaño. De esta manera, su tecnología se diversifica, incluyendo también objetos de hueso, como los punzones. En esta zona, se comenzó a incorporar la pesca como actividad importarte, a la recolección. El asentamiento de Punta Ñagué, al norte de Los Vilos, es probablemente la evidencia más temprana de la zona y se supone que sus características culturales se habrían mantenido hasta el siglo XVIII, en lo que se denominaría posteriormente Changos.

Se caracteriza por un modo de vida orientado a adopción paulatina de una dieta que incorpora lentamente el cultivo y domesticación de plantas. Se mantienen muchas de las costumbres de los cazadores recolectores, por lo que continúa la caza y obtención de vegetales silvestres, sin embargo, los grupos se vuelven cada vez más sedentarios, organizándose en torno a las fuentes de agua y pequeñas huertas, donde realizan además un sistema de riego artificial. En este momento, comienza el desarrollo  de la tecnología cerámica, orientada a conservar algunos excedentes y cocinar ciertos vegetales cuyo consumo sería imposible sin la cocción. En determinados sectores, se tienen también animales medianamente domesticados. En el  Norte Chico, la presencia de la Cultura El Molle, marca el desarrollo de la vida como horticultores y productores de cerámica; aunque se supone que ambas características estarían asociadas al contacto con grupos trasandinos, destaca la delicada manufactura de su cerámica, de paredes finas, diseños geométricos y modelados antropo y zoomorfos. Los grupos El Molle habrían ocupado gran parte de los valles transversales, especialmente en sitios como el Torín y el Valle del Encanto.

El modo de vida de los agricultores asume una movilidad muy reducida o nula. Los grupos se organizan en pequeñas aldeas en torno a huertas y animales domesticados. La sociedad requiere de una mayor cohesión para su funcionamiento ya que existen más tareas comunitarias asociadas a la producción agrícola y al ganado. La producción cerámica se hace extensiva y se diversifica dependiendo de las nuevas necesidades de almacenaje y producción de alimentos y bebidas. Marcadas profundamente por el cultivo del maíz, las sociedades El Molle se habrían trasformado probablemente, en lo conocemos hoy como las culturas Ánimas, y luego Diaguita y Copiapó. Éstas últimas presentan una sedentarización casi completa en aldeas orientadas al cultivo. Además, presentan un alto nivel de especialización en la producción de tecnología cerámica, tanto en sus formas, como en una compleja decoración basada en diseños geométricos, vegetales, animales, antropomorfos y simbólicos.

Hay dos momentos en que los modos de vidas adoptados en Chile prehispánico, cambian a un modelo económico y social foráneo de carácter estatal, el primero de ellos, con la presencia de Tiwanaku y posteriormente, con la expansión Inka hasta la zona Central. Esto impactó directamente en la adopción de pautas culturales y en la producción de objetos con iconografía propia de ambas culturas, adecuada en muchos casos a las pautas formales ya existentes. Tanto en las forma decorativas asociadas a Tiwanaku como en el proceso iniciado por el Inka, es posible apreciar que la cultura material se vio profundamente marcada por las formas traídas desde el imperio, caracterizadas por decoraciones y modelados típicos, como los aríbalos, aysanas  y ollas de pie.